Las mentiras de Jorge Romero

Con un discurso de renovación, pero al mismo tiempo de recuperación de calidad de oposición frente a la maquinaria electoral de Morena que les pasó encima en la elección del 2 de junio pasado, Jorge Romero se enfila para convertirse en el sucesor de Marko Cortés en la interna del próximo domingo 9 de noviembre.

En la otra trinchera, ciertamente con menos probabilidades de triunfo, está la tlaxcalteca Adriana Dávila que encabeza una planilla con perfiles con menor exposición mediática de los que acompañan a su adversario, en cuyos orígenes se encuentra el continuismo de una línea política empobrecida impuesta por el actual dirigente.

Esa línea es la misma que llevó al panista Eduardo Rivera Pérez a formar parte del equipo de Romero, no obstante antecedentes inmediatos que lo impregnan de mácula luego de su actuación como presidente municipal; en 2011 y luego, en 2021 que no deben ser ignorados por distintas razones a la luz de las evidencias públicas.

De Rivera Pérez se debe ir al pasado inmediato, cuando obtuvo la victoria como candidato a presidente municipal en un segundo periodo que comenzó en 2021, pero que no terminó. Ahí está el primero y mas reprochable incumplimiento a un compromiso que debió honrar como hombre de palabra.

A cambio dejó encargada la administración a un Adán Domínguez, ex gerente de la ciudad que de confirmarse, resultó peor administrador de los bienes públicos que la morenista Claudia Rivera que gobernó con más improvisación y ocurrencias entre 2018 y 2021 que derivó en una escandalosa derrota para el proyecto reeleccionista frente al panista Rivera Pérez. Y eso es ya es decir mucho.

Romero, el panista que pretende la dirección nacional panista compite con un político que incumple sus compromisos. Con esa carta credencial pretenderá ganar la confianza en la elección de los comités estatales panistas y, peor aún, la elección intermedia del sexenio de Claudia Sheinbaum, en 2027.

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En el colmo de la simulación, el candidato a presidente panista publicó el 24 de octubre pasado un post en el que presume a Eduardo Rivera como el panista que fue “dos veces alcalde de Puebla (…) ha impulsado un gobierno cercano, eficiente y ejemplar para todo el país”.

O el aspirante a suceder a Marko Cortés miente deliberadamente frente a los 300 mil militantes que el próximo domingo acudirá a elegir entre alguna de las dos fórmulas, o está mal informado. El aliado en la interna panista no solo incumplió a quienes votaron por su propuesta como aspirante a la presidencia municipal panista en 2021.

Solapó desde su encargo público a acosadores y violentadores de mujeres; se le señaló de haber sido una baraja oculta en el juego del morenista difunto Miguel Barbosa y dejó en manos un grupo de inoperantes servidores públicos la gestión municipal que provocó ineficiencia en los servicios públicos.

La capital de Puebla, la más importante luego de la CDMX, Monterrey y Guadalajara guarda condiciones de vergüenza que haría ruborizar a Jorge Romero si es que decidiera dar un paseo por colonias de todo estrato social y obligaría a esconder ese tuit por engañoso.

En el colmo de la artificiosa campaña, el candidato a la dirigencia nacional elude o desconoce que la gestión de su aliado estrella está señalada de haber provocado un desfalco de 600 millones de pesos y de incumplir con el pago a proveedores en diversos rubros.

No por nada Eduardo Rivera busca treparse a la dirigencia nacional de Acción Nacional, y al mismo tiempo, influir en la elección estatal de su partido. El fuero de facto es su tabla de salvación, según se puede ver.