La ejecución y desmembramiento de César Eduardo Garrido Celaya el domingo 8 tiene ondas repercusiones entre mandos y personal de tropa del aparato de seguridad en Puebla por razones diversas, cuyo hilo central es el del estado de cosas que ya no es exclusividad de otras entidades que sufren una presencia dominante de grupos de delincuencia organizada.
Sobre todo a partir de la confesión que el titular del área, Daniel Iván Cruz Luna hizo en el sentido de que los autores aprovecharon la clandestinidad y la hora en que dejaron el auto, su incineración y los restos humanos a las afueras del enorme edificio en el que se alojan las instalaciones policiacas.
Por lo menos ocho cámaras con movimientos programados y otras cinco, al menos, con capacidad para leer placas de vehículos fueron burladas aparentemente, pues según el funcionario, bastaron 30 segundos para consumar el abierto desafío.
Garrido Celaya, dice el boletín de búsqueda que emitió la Fiscalía General de Justicia de Puebla, fue visto por última vez el domingo 8, cuando vestía una camisa blanca de vestir, pantalón de mezclilla y una cadena gruesa dorada alrededor del cuello con un dije con la imagen de San Benito.
No fue útil esa imagen religiosa que de acuerdo con la definición católica, provee de paz y tranquilidad a quien la porta, aún en medio de los periodos de convulsión y estrés por los retos del día a día.
El muchacho de apenas 24 años que provenía de Coatzacoalcos, Veracruz, tenía un destino cierto desde que decidió acudir al restaurante frecuentado por políticos y empresarios en la plaza comercial Solesta, el Mochomos: su muerte.
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Fue “puesto” para su ejecución por quien conocía ubicación y agenda de la víctima, aún en un día de asueto como el domingo pasado. No se debe pasar por alto: haberlo colocado como el blanco de un grupo con capacidad de movilización, ya de por si habla de la dimensión de autores materiales de un crimen visto casi en tiempo real.
Al muchacho que levantaron a las afueras de uno de los restaurantes de moda entre la socialité, tomó unas ocho horas entre el “levantón”, grabación de un video que luego fue compartido en redes, la ejecución, desmembramiento y depósito en la hielera colocada en su destino final: ni mas ni menos, el cuartel de Secretaría de Seguridad Pública.
Llena de inquietud un conjunto de datos duros, resultado de un análisis elemental de los hechos sucedidos entre el domingo 8 y el lunes 9, cuando a las 4 de la mañana, fue colocada a la víctima en la hielera y el auto utilizado para privarlo de la liberta la tarde previa en el Mochomos, llevarlo a las afueras del C5 e incendiarlo.
Entre el establecimiento culinario en la plaza Solesta y el restaurante Azul Quedito, justo a un costado de Costco, se pueden ver al menos 24 cámaras de videovigilancia. Solo entre el Mochomos y City Market, existen 16 artefactos colocados para vigilancia y de manera sucesiva hay una a dos mas hasta llegar a la zona de bancos que incluye una sucursal de BBVA, Banorte y Santander, al menos.
En las inmediaciones del Centro de Control, Comando, Comunicación y Cómputo en el que se encuentran destacamentados mandos y policías de tropa y en puntos estratégicos existen mas de 8 mil 262 circuitos de video en puntos estratégicos del estado, dijo el Coodinador General del C5, Roberto Carlos Reyes a Telediario, en una nota firmada por Abril Azul Hernández.
Los autores de la ejecución, desmembramiento, incendio del auto utilizado para todo ese episodio tuvieron cualidades extraordinarias para burlar todos esos aditamentos de vigilancia en zonas estratégicas para el desarrollo de las actividades de los poblanos, la zona comercial y de servicios popularmente conocida como la rueda y a las afueras del cuartel de la policía. La omisión o la complicidad son inobjetables.